Antonia (Cuento)


Estaba preparando clases, como todos los días. Llegaba del colegio donde trabajaba, comía algo frugal, ya que el colesterol le podía pasar una mala jugada y seguía trabajando. Su vida era el trabajo.

¿Señorita está bien esta multiplicación?

Profe, ¿subrayo las capitales o los puertos?

El Sebastián me está molestando, profesora.

Trabajaba más horas que las que le pagaban, típico de ciertos establecimientos que lucran con la plata del estado, con el dinero de los apoderados y el silencio miedosos de miles de profesores que prefieren trabajar más, que le paguen poco, pero tener trabajo.

Estaba frente al computador cuando su celular saltó. Era su colega, ese que con el que hablaba de libros, puros libros, nada más que libros.

“Manejaba en paz hasta que su colega, de sopetón, le dijo: tú me gustas. No pudo hacer bien el cambio y el auto trastabilló. La presión de un par de palabras estaba a punto de cambiarle la vida. Era cosa de decir que sí, pero no lo conocía, además él tenía cierta fama de don Juan poblacional que lo hacía potencialmente peligroso. Era, o por lo menos eso se comentaba entre colegas, un enamorado de a peso, bueno para engrupir con el lenguaje que parecía su mejor arma. Se mantuvo mirando al frente sin decir nada. Simplemente no tenía nada que decir, pues no quería problemas en su vida. Este hombre olía a problemas”

 Contestó y hablaron de las clases, de lo difícil del día. Hicieron catarsis laboral, criticaron los papeleos sin sentido que había que hacer, él se burló de los bigotes evidentes de la jefa de estudios, su largo, color y grosor, eran bigotes sin duda alguna. Ella que eso es un machismo de tu parte, las mujeres tienen derecho a no seguir los estereotipos. O sea que tiene bigote, dijo él. Se reían, se acompañaban.

“Ser romántico le costaba, ya que siempre había tenido relaciones más de cama, de llegar besar, lamer, disfrutar y si te he visto no me acuerdo. Puso velas en las escalas que daban al segundo piso de su casa, algunos pétalos de rosas, ver tele rasca tenía algún sentido, y en la cama unos bombones. Esperó. Cuando ella llegó se dio cuenta que había acertado y que los muros de Antonia estaban a punto de caer”

Antonia, estaba decidiendo cómo enseñar las diferencias sociales a sus pequeños estudiantes sin ser dogmática, sin entregar las barbaridades que afirmaban los textos de estudio y tampoco adoctrinar con una mirada muy alternativa. ¿Cómo decirles a los niños que había injusticias y que eran sostenidas por los poderosos de siempre que eran los que gobernaban y que mandaban a hacer los textos con que estudiaban? Este país siempre ha sido injusto y lo seguirá siendo hasta que haya cambios estructurales. La revolucionaria interior quería gritar las injusticias, pero el respeto a sus niños le impedía inculcar sus ideas en esos pequeños ángeles burgueses.

“El primer beso fue tramposo. Al bajarse del auto, el besó su mejilla con labios y lengua. Era una alarma que ella no quiso encender y que él esperaba que fuese aceptada. Nada dijo Antonia porque, después del asombro, empezó a sentir cosquillas en el alma. Al día siguiente, lo mismo. Ya está lista, pensó él, es un fresco, pensó ella.”

El teléfono la hizo salir de su tedio. Antonia respondió. Era él, tan cargante como siempre, que la llamaba para darle las buenas noches, que soñara con los angelitos y con él al ladito. Que cuidadito con mirar a otros hombres, que ni una hoja se movía sin que él lo supiese, imitando al asesino de gafas oscuras. Que acuérdate de ingresar las notas al sistema, que mañana hay consejo, que hay que enviar las pruebas para que las revise la bigotuda. Que no has evolucionado sigues con tu machismo lleno de estereotipos, que de verdad tiene bigotes y muy notorios, que buenas noches, que te quiero.

 “Cuando se desnudaron por primera vez el miedo la invadió, pues era primera vez que iba a perder en su batalla contra lo incorrecto. Siempre había sido muy decente, de verdad, no como careta. Tenía principios y ese colega que andaba con libros debajo del brazo, que robaba los libros de la biblioteca porque nadie los usaba y él los iba a dignificar porque los leería y cuidaría como se lo merecían, estaba ahí con los ojos puestos en ella. Era un lobo con escaso pelo, pero lobo al fin. Entre ambos pisaron el cielo. Ella no sabiendo cómo actuar, él con maña tratando de no asustar, de ser suave para no espantar a la presa deliciosa que estaba al alcance de sus manos y de su lengua.”

Termino la unidad de historia, pensando en que los pueblos originarios siempre habían sido esclavizados por mano foránea que los explotó hasta el exterminio. Indios, decía él y que es cierto lo de los abusos, pero algo trajeron los españoles: lengua, leyes, religión, técnicas agrarias y un gran etc.,¿o no? Eres un facho pobre, un amarillento. Y tú una comunista resentida. Eternas discusiones que más que nada eran un juego porque, en realidad, los dos anhelaban más justicia en este país de mierda en donde los privilegios son tan notorios como la luz del sol. Era el momento de enviarle la unidad a la bigotuda. Se sorprendió pensando en los bigotes de la jefa de estudios que por más que se los cubría con colorante, seguían siendo mostachos, sólo que rubios. ¿Por qué no se los depila mejor?

 “Él le escribió un poema, seguramente era una de esas armas de seducción, de engrupimiento que ya le habían advertido. Lo leyó sola. La verdad era bueno, simple y la halagaba, porque era para ella, ella era la motivación y el objeto lírico, para ellas eran las metáforas, para ella era cada una de esas palabras. Si quiere engrupirme lo está haciendo bien. Mientras lo leía se comió un trozo del chocolate que le había regalado. A Antonia le pareció que su colega era bastante más tradicional de lo que él mismo pensaba. El camino cada día estaba más pavimentado.”

Salió de su estudio y fue a regar su jardín. Había que cuidarlo, con lo poco que llovía ahora. Le echaba el agua de los lavados. A sus plantas las podaba, las acariciaba, las olía. Tomó la manguera y regó sintiendo en su cara cierta humedad y el aire sereno de la tarde. Mañana había que seguir tratando de educar a esos niños hermosos. Los amaba a cada uno de ellos. Por eso se esforzaba,  todo lo preparaba bien, lo revisaba hasta que su clase era un producto precioso, digno de cada estudiante. Ella tenía la vocación en cada célula, en cada rincón de su corazón.

“Se asombró cuando la llamaron desde la secretaría del colegio. Para llegar donde Fabiola, la secretaria, tenía que atravesar la sala de profesores; cuando entró todos la miraron con picardía, como diciendo miren la chica tiene lo suyo, quien lo iba a pensar, tan seria ella. Antonia vio las miradas, pero no las entendió hasta que llegó a la oficina y encontró un arreglo floral con muchas rosas rojas. De verdad se asombró, su corazón de colibrí dio aleteos desconocidos, rosas rojas como sangre, como pasión, como lenguas juntándose, como sexos unidos por la eternidad, como amor inentendible. Abrió un pequeño sobre y sólo había una letra. Simplemente una T. Se sonrió era el típico juego del machista de los libros bajo el brazo, T de tigre. Él se creía un tigre en el amor y ella lo dejaba soñar. Total, no cuesta nada. En todo caso, muchos parámetros no tenía. Tal vez no fue su mejor cumpleaños; pero, por lo menos, fue especial, algo como mágico, tierno y de futuras expectativas algo lascivas.”

Entró a la cocina. Puso la tetera y se preparó su tradicional “tecito”, Sabía que llamar así a esa infusión la avejentaba, era palabra de vieja, de abuelita, pero tenía el orgullo profundo de verse más joven de lo que era. Buena genética, le decían todos los varones coquetones y todas las mujeres envidiosas. Y era cierto, pues a sus años no tenía canas y su rostro permanecía lozano. Esas arruguitas en los contornos de los ojos le daban cierto aire aristocrático, un don de gentes medio cuico que era embromado por sus familiares y amigos. Agreguémosle que se manejaba con un aire en sus gestos y un tonito de barrio alto. La alcaldesa le decían en su familia. Él simplificaba y le decía que estaba rica.

“La esperó en una estación de tren en una ciudad muy al sur de ese país largo como pena de pobre. Ella había aceptado aventurarse a caminar entre laureles, robles, arrayanes y araucarias. Él la esperaba ansioso, ya que había partido antes simplemente por apurón, siempre el tiempo se le hacía poco. Cuando la vio sintió algo de rabia y luego se rio abiertamente. Se supone que es un mochileo y tú llegas con un bolsón de mano. Antonia, lo miró y le dijo que el problema sería de ella así que no se preocupara. Y no se preocupó, estaba aprendiendo que tenía un carácter desafiante y si no ganaba, por lo menos empataba. Caminaron kilómetros bajo árboles míticos, comieron lo que se les antojaba, se acurrucaron en cualquier pensión que inspirara la idea de limpieza. Vino, queso y sexo entre los acordes de valses chilotes que invadían la habitación pintada de rojo con olor a caldillo de congrio con laurel. Se miraron en la negrura de las aguas de los ríos o en las nubes claras del verano. Él no estaba seduciendo, él estaba seducido.”

Se acostó. Programó su móvil para que la despertara. Mañana era otro día de trabajo. De nuevo luchar contra un sistema educacional que se preocupaba más de las estadísticas que de los estudiantes y sus familias, pero hay que seguir, algún día se abrirán las grandes alamedas pensó, recordando al presidente doctor. Se vistió para dormir, sabía que de sexi no tenía nada con esa pinta. Piyama de franela rosado, gorro de lana, es que hacía frio. Se metía debajo de toneladas de frazadas . No se veía entre tanta ropa y cobijas, pero hacía frío. En verano o invierno dormía igual. Sus ojos se empezaron a cerrar, lentamente; tenía la conciencia limpia. Mañana vería al de los libros, a ese que le llevaba la contraria como por gusto, a ese que se alimentaba de sus besos, a ese que le prometía orgasmos sin fin, pero que tendía, últimamente, más a la conversación. Besos muchos besos, simplemente besos, era el opio de los dos.

“Entre las Cuatro estaciones de Vivaldi

Y la Cantata Santa María

Nos dejamos envejecer juntos.

Amor imperfecto, pero sano y simple,

Dolores y risas bajo las sábanas

Y discusiones sin término sobre todo.

Allá en la lejanía seguía la posibilidad…

De ser siempre uno, diferentes, pero uno

Te amo Antonia.

Te amo lector de sueños.”

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One comment on “Antonia (Cuento)

Jacqueline

Muy bueno, con mucho de ti. Me encantó el final, muy esperanzador.

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