Políticamente correcto. Ensayo de política intuitivo.


Decir lo políticamente correcto  se ha hecho un verdadero arte en la sociedad. Decir lo que se espera que se diga, no lo que siento ni pienso, sólo decir algo para caer bien, para no atraerse problemas. De tal forma que no me echo enemigos encima, no arriesgo amistades, relaciones ni el trabajo.

Ser políticamente correcto es en el fondo puro doble estándar, fina hipocresía que te permite sobrevivir en tu círculo.

Sin ser alarmista y no teniendo el dato científico a mano, me atrevo a decir que este rasgo es parte de nuestra identidad. Ya sé que inmediatamente saltan los que se autoproclaman honestos, francos, directos, “no tengo pelos en la lengua”, pero lo que la realidad muestra es muy distinto.

Esta frase hecha: “hacer lo políticamente correcto” es, pues una tapadera que permite nuestra sobrevivencia social. Puede que sea un acto político, pero curiosamente no es correcto, entendiendo por correcto acercarse a la verdad y no a las caretas que proclama esta frasecita.

¿Cómo estás? Le pregunta un fulano a sutano; bien, responde. La verdad puede ser muy diferente, pero el pobre sutano sabe que es una pregunta de norma social, un saludo que espera una sola respuesta, es decir,  la políticamente correcta. Desde el saludo nos mentimos.

El estudiante llega a su casa y su madre le pregunta interesada ¿Qué tal el colegio, cómo te fue?, el hijo muy lacónicamente dice: bien. Una sola sílaba que puede significar, me saqué malas calificaciones, me sorprendieron copiando, llegué tarde, pero para evitarse el llamado de atención maternal, simplemente responde desde lo políticamente correcto, o sea miente para no enfrentar una realidad en su vida.

Un funcionario en una repartición pública, de esos que no tienen el contrato indefinido que lo declara de planta inamovible, responde al jefe que sí que tiene razón y que está de acuerdo. Recurrió, por temor, a la mentira disfrazada de lo correcto, dijo lo que el jefe esperaba. Pero en cuanto tiene el contrato  indefinido, se pone valiente, habla de agobio, de los derechos de sus colegas y bla, bla , bla. Ahora enfrenta la verdad como consecuencia de una circunstancia no como un valor constante en su persona.

Si el doble estándar es común en la realidad cotidiana es mucho más fuerte y necesario en los grandes círculos de poder. Es en estos espacios donde la realidad sufre mayores maquillajes y la verdad se torna ambigua, quebradiza y llena de incertidumbre. Cuando el poder se expresa tiene la virtud de encantar a través del populismo y la demagogia habitual. El poder se expresa con letra chica, es decir, siempre hay algo no dicho, alguna sutileza no explicitada que sólo esconde la típica treta a favor del poder.

Y lo más increíble es que la siempre manipulable masa tiende a creer.  Es una historia de nunca acabar. La masa se abre a las esperanza de bienestar, progreso y seguridad que le da  “ese”. Y “ese” puede ser su jefe, su pareja, su hijo, el candidato, la autoridad. Aceptamos aquello que queremos oír, aquello que creemos que está mal  y va a desaparecer según la promesa del mesías de turno. Que la educación está mal, “Cambiaremos radicalmente la educación”, respuesta políticamente correcta, pero algo turbia porque no se puede cambiar una estructura sólo con las ganas, sin proyecto, sin un fundamento, sin un plan, sin recursos. Populismo, prometo lo que sea, total no lo puedo cumplir, pero era lo que tenía que decir en una circunstancia determinada. Lo realmente importante es conseguir Adhesión, votos, gente que te crea

La masa, tiene al estilo unamuniano, la fe del carbonero. Acepta las palabras de la autoridad, especialmente si es dicha a través de los múltiples medios de comunicación, las idolatradas redes en donde cambia el formato, pero se mantiene el discurso políticamente correcto, se reitera hasta que el indeciso, comienza a creer y el adepto ve reforzada sus ideas y creencias y puede tener esa exquisita sensación de certidumbre que le permite decir al mundo: “ Ahora sí, viene el cambio, por fin alguien que hará lo que se requiere.”

Y esto ocurre una y otra vez y la masa vuelve a creer al mentiroso de turno que puede cambiar de color político, pero no de intención: llegar al poder y llenarse los bolsillos propios y de los amigos y sus respectivos familiares.

Por un lado la derecha pone como bandera de lucha la libertad, el mercado, el derecho a la vida y a la propiedad; la izquierda clama por derechos, igualdad, reformas al sistema, ampliar el estado. Visiones irreconciliables, pero con un punto en común lograr posiciones de poder y generar riquezas para los suyos.

Son estos “señores” como decía el dictador de los 80, que cuando se enfrentan en los debates televisivos, en situación de candidatos a la presidencia, se sacan los pelos mostrando lo corrupto y mentirosos que son los otros. Sin embargo, no hay blancas palomas, no hay virgen sufriente, son profesionales de lo políticamente correcto. Dicen lo que conviene al contexto y callan los que conviene al contexto. Y el contexto los apaña, los cubre, los protege.

Los políticos usan la mentira como recurso supremo y definitivo hasta que  de tanto insistir en lo mismo estamos frente a una posverdad, pura emocionalidad  y manipulación que es aceptada socialmente, que tiene influencia, adherentes y, lo más importante: creyentes. Estos sin mediar mucha racionalidad aceptan, acatan, predican, luchan por lo que el político dijo. Se acepta más el estilo a la presunta verdad dicha. La verdad pasa a ser parte del mito o de la utopía jamás lograda.

Así es, lo políticamente correcto, ha generado que millones de persona anhelen sueños que reúnen el poder transformador del mito y la motivación que logra una utopía. Las grandes ideologías políticas dieron respuestas a las necesidades sociales y humanas de su contexto histórico. Fascismo y marxismo son dos formas de reaccionar proponiendo lo políticamente correcto para sus pueblos, pero sin mostrar su trasfondo que fue muerte y más muerte. Marx, un pensador de la economía, un materialista que clamó por la igualdad, pero que vivió a costa de su mujer por años y de su amigo Engels. Qué igualdad ni que ocho cuarto, quería un trozo de la torta, un pedazo grande y sustancioso. De hecho, en la actualidad el mundo progresista, forma contemporánea de no decir izquierdismo, ni socialismo, ni comunismo, son burgueses criticando a la élite que ellos mismos forman. Hablan de derechos, exigen derechos que ellos no van a financiar. Todo bienestar lo pagan los contribuyentes, no el estado, ese ente como mágico y todopoderoso.

Por otro lado el fascismo recurre al mito nacionalista, a la utopía de la raza, a la exclusión de aquellos que son diferentes, hacen creer que por ser de una nación determinado y por tener valores nacionales son mejores que el resto de la humanidad. Exaltan el uniforme militar, escondiendo un profundo resentimiento y un odio hacia lo diferente terrorífico. Generan un discurso lleno de supuestos valores que movilizan a la masa hacia el desenfreno, la violencia y la obediencia absoluta y ciega. Pero  se muestran como unos salvadores, como los renovadores, como aquellos que a través del esfuerzo colectivo han de lograr los bienes que el pueblo desea.

Mentiras detrás de la hoz y el martillo, mentiras detrás de la esvástica se esconden deseos de construir destruyendo, de crear aniquilando, de vivir matando, la gente los sigue, pues creyeron el discurso, cayeron en la sonoridad bella de esas palabras que hablaban de justicia y progreso.  Fueron seducidos por un decir políticamente correcto que les prometió soluciones a cambio de la entrega de sus almas. Nada más aterrador.

Y ahora, tenemos lo mismo, pero con otra estética, con maquillaje más sereno, menos agresivo, más cautivante, más deseable, pero al final lo mismo está anidado en las nuevas designaciones políticas.

El progresismo, “los progre”, son los herederos de una idea de estado poderoso que anhela justicia y mejoras sociales. No está mal como elemento motivacional, como hechizo para la masa, para “el pueblo”. El problema es que cuando llegan al poder o no hacen los cambios prometidos, proclamados a los cuatro vientos o se acomodan a lo ya establecido y todo sigue igual y el intento de cambio quedó en nada. Sin embargo, hay políticos que con tal de cumplir para no quedar como mentirosos ante la historia hacen cambios que generan inestabilidad financiera, presión tributaria,  angustia e incertidumbre en la población. Este fracaso está dado por no saber  de economía o de querer “inventar” algo mágico que sostenga el financiamiento de tanto cambio prometido. Sin embargo, también hay que decir, que los cambios suelen ser torpedeados desde la derecha que insiste en mantener sus privilegios a toda costa.

Esta vereda política sigue engrandeciendo a los titanes del cambio: un Che Guevara, un Fidel, un Chávez, un Iglesias, pero sin mencionar el fracaso de tales sistemas. Pero qué discursos que manejan, tan encantadores para ese pueblo que quiere escuchar a alguien que le prometa lo que les hace falta. Lo políticamente correcto vuelve a meterse en la cabeza desesperada de la clase más manipulable de todas: la clase media.

La derecha también se ha maquillado. Liberalismo, neoliberalismo (aunque según teóricos de derecha este término no existe, en rigor) y, por supuesto, por lo bajo aparece lo conservador. Tienen mucho que maquillar. Grandes dictaduras, mucha represión, abusos de derechos humanos, sometimiento económico y una desigualdad tremenda. Este es el escenario esencialmente en américa latina. El discurso más reiterado es el del regreso al orden, el de resucitar el pasado glorioso, el de la seguridad. Y funciona porque la inestabilidad que han generado las izquierdas no hace más que acrecentar las posibilidades de gobernar a la derecha.

Chile, pobre Chile, víctima de sus propias pasiones. Está viviendo lo que ya vivieron otras naciones que ahora están en la ruina. Pero qué se puede hacer cuando se acepta lo políticamente correcto porque sí. Cuando la verdad se ve enterrada por el palabrerío  prometedor izquierdoso  y la logorrea técnica de la derecha.

Pobre Chile, en realidad pobres chilenos que hacen actos de fe de lo que dicen esos que se dicen servidores públicos. Chilenos que no leen más que el Facebook y se quedan con la palabra intensa, pero falsa de todos los espectros políticos. Pobres chilenos que han caído en la polarización del comunacho, del facho y del amarillento. Todas palabras que esconden resentimiento y miedo.

Se podría tener cualquier visión política, pero con el discurso de la verdad por delante, pero esto es imposible. La política y nuestra identidad avalan la mentira de los discursos políticamente correctos. Y cada uno de nosotros crea sus propios códigos de verdad encubierta en bellas palabras bien estructuradas.

Ni la ética ni la moral sirven para la solución de este problema. Ambas son usadas elásticamente por todos los sectores que interpretan los valores como les convenga.

¿Y qué hacer? Comencemos por cuestionarnos esas verdades que siempre hemos atesorados. Son nuestras de verdad o fueron instaladas y como corderos sólo seguimos al que lleva el cencerro.

A dudar, a criticar, a generar otras alternativas. No a lo que ya ha fracasado, pero tiene un millón de cirugías que embellecen y disfrazan las mentiras de siempre.

Puede que seamos tontos, pero por lo menos disimulemos un poco.

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One comment on “Políticamente correcto. Ensayo de política intuitivo.

Dani

Me gustó! 🙂

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