Historia breve de un amor nuevo. (Cuento)


Habían crecido juntos en una villa de esas que son pobres, que surgen de tomas de terrenos y que a la larga las autoridades legalizan porque no les queda otra. Ella, hija de un carabinero que luego de embarazar a su madre hizo mutis por el foro, dejando a la futura madre sola y con la certeza que el amor era una mierda. Pero entre un trabajo y otro, entre escobas y cacerolas le pudo dar de comer a su hija. Él era hijo de obreros, su padre timoneaba una lancha de un astillero que pasó de unos gringos a la marina luego que los militares decidieran que eso de abrir las alamedas no era bueno para la gente decente, o sea ellos y sus protegidos. Trabajó 30 años en el mar sin vocación, siempre prefirió la escuadra y el serrucho, tirar el nivel y la plomada, era feliz construyendo. Su madre era un ángel que lo crio, lo alimentó, le enseñó a leer en las tardes solitarias del puerto, mientras el viento silbaba entre las latas del techo de su casa.

Él la vio llegar a su casa, atrasada como siempre, cuando tenía catorce años, vestía una blusa azul amarrada a la cintura, unos pantalones rojos ajustados. Se veía atractiva, popularmente atractiva, juvenil, adolescente, esperanzada. Participaban juntos en un grupo de la Iglesia. En ese tiempo creía en el cuento mágico del Cristo, con el tiempo sólo quedó la esperanza que algo de eso fuese verdad. Ella lo saludo. Él tenía rulos largos y lentes de metal enormes que se le corrían a la punta de su nariz, no era guapo, pero tenía algo, al parecer era la mirada, tiempo después lo comprobó.

Se gustaron a pesar de los cuatro años de diferencia de edad. Así comenzaron. Recorrieron la vida con altos y bajos. Compartieron éxitos y derrotas. Él entregado a sus clases, ella a sus trabajos esporádicos y a la crianza de su única hija. Hasta aquí todo bien, eran una familia común y corriente, que al final es el ideal, es lo que se quiere, lo que todos desean, ni más ni menos.

Pero, como siempre nada es eterno, un día llegó el aburrimiento y eso es un veneno que entra lento en el flujo sanguíneo, comienza como un cosquilleo y luego sigue como duda , como en ver defectos y no virtudes, en creer que uno tiene la razón y el otro no tanto. El virus del tedio pasó de la boca del profesor a la de ella. Silencioso, sin que ninguno de los dos lo percibiera como para poder ponerle remedio, como para taparlo a besos y a palabras dulces…no, simplemente se contagiaron.

El frío se instaló en su cama disfrazada de libro que leer o de terminar de hacer las cosas en la cocina. El leía, ella fregaba. Total, el distanciamiento y el bostezo se instaló.

Las palabras se perdieron en saludos rutinarios, en decir frases hechas, pero sin enjundia, sólo forma, puro barroco tolerante para no gritarse que el amor estaba hundiéndose en la rada de la indiferencia, en el mar de los no me importa.

Pero siguieron juntos, extrañamente solos, aunque estaban frente a frente, aunque había una casa que mantener, una niña que criar, una realidad política que sufrir. Las miradas se fueron acercando a las pantallas, ya no a los ojos, él al computador porque el trabajo se lo exigía, porque dirigía por el día a un grupo de profesores y en la noche hacía clases en una universidad de papel, de esas que hay muchas en este país de mentira; ella esclavizó sus ojos a las infinitas seriales de las, también, infinitas, posibilidades de la santa internet e hizo cómplice de su soledad a su teléfono que resultó ser una extensión de su existencia , algo así como un pasaporte a la felicidad virtual.

Él se enfrascó en la lectura, leía como si fuera realmente importante, hasta creó un código que fundamentaba su pasión, pero le hubiese gustado más besar que leer sobre besos, le hubiese gustado más sentir unas manos sobre él que imaginar las manos de Julieta sobre el pecho de Romeo.

Ella deslizó su amor a la comunidad, multiplicó su amor y reemplazó a su marido por muchas familias que requerían un almuerzo pandémico, una esperanza concreta que entre un plato de porotos grasientos hay algo de solidaridad. Se entregó a ese amor colectivo, a los pobres, a los que sufren porque los ricos no saben repartir, a los desamparados simplemente porque los políticos son una estafa. Creó un mundo en donde empezó a ser necesaria más que en su casa con un profesor que lee y una multitud de perros que ladran y ensucian los rincones una y otra vez

Un día el profesor venía de su rutinaria salida de sábado a las compras para la semana, cosa que le agradaba hacer, ya que por un par de horas se olvidaba de sí mismo entre las lechugas y los trozos de queso. Y ahí le cambió la vida. Respondió el celular…

  • Aló, ¿ya vienes?, pelao
  • Sí, chica, voy en el micro.
  • Te voy a decir algo para prepararte cuando llegues…
  • No te entiendo…
  • La Macarena está embarazada.

Macarena una hermosa chinita de pelo negro que había nacido hace veinticinco años atrás  y que el profesor amaba, pero que no había percibido que ya era mujer. Su hija, la que hace poco, o tal vez no tanto, jugaba a “que era un perrito dálmata”, iba a ser madre.

No la habló, estaba herido y asustado, era como si aquello que criticaba en los demás le cayera como tortazo en la cara de hombre cómodo con su existencia de clase media. Tomó dos decisiones, no hablar a su hija y no comprometerse con la hija de ésta, su nieta. Era lo mejor.

Pero el tiempo pasó y la panza de Macarena comenzó a ser notoria y las convicciones de terco empezaron a flaquear.

Por su parte, la futura abuela preparaba trajecitos rosados porque ya sabía que venía era una niña. Puro instinto, pura tincada, pero tuvo razón en junio nació una niña rosada y con un par de greñas que la hacían verse como un pequeño animalito inclasificable.

Se encerró a leer, que a estas alturas era una droga de muy alta eficiencia, pues mientras leía se olvidaba de los problemas del país, de la peste cercana y de su soledad. Se debía mantener distante, sin embargo le pasaron una tarde de sol a la niña y la tomo en brazos. La pared se cayó de un porrazo.

Simplemente, estaba enamorado.

Había llegado un puente, una tabla de salvación, una alternativa.

Otro amor.

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