¿Qué sé? breve ensayo filosófico. (Autoflagelación epistemológica)


Esta pregunta me da vueltas por  la cabeza una y otra vez. La respuesta se me hace huidiza si me exijo una respuesta rápida, pues el conocimiento es una construcción que necesariamente requiere tiempo, un contexto, una cultura y una fuerte dosis de suerte. Y como siempre la mirada hacia nuestro interior se hace compleja por la simple verdad que es muy poco lo que  nos conocemos.

A mí favor debo decir que he leído mucho,  he estudiado mucho, he dado cientos de exámenes y evaluaciones, tengo pos títulos y posgrados y, aun así, la respuesta a la pregunta inicial sigue sin una respuesta precisa.

Algo sé, o sea, tengo la certeza que “algo sé”, ni más ni menos, pero qué. Veamos, algo de historia, de educación, de literatura, de ciencias, de todo aquello que ha llamado mi atención y he intentado aprender.

Ojo, que también sé caminar, volver a mi casa, preparar una comida y realizar algún truco de artes marciales. Además, puedo arreglar un par de cosas en mi casa y podar los árboles cuando me acuerdo.

Sí uno es lo que sabe yo sería “algo de variados temas”, una especie de calidoscopio, un collage. Estoy en una constante construcción y deconstrucción de mí mismo, de lo que soy, de mi identidad porque al final de cuenta soy lo que he aprendido.

Ahora bien, para demostrar que sé escribir voy a ordenar algunas ideas axiales para responder qué sé.

Respecto del contexto. Lo primero es que sé que debo ubicarme en un espacio tiempo que me permite mirarme a mí y a mis conocimientos desde una perspectiva. El hecho de haber nacido en Chile en el siglo XX y tener una historia y una cultura que se me tiraron encima no deja de tener valor. Pero también soy hombre heterosexual cisgénero que ha realizado el acto de la polinización en un par de oportunidades, por  lo tanto, parece que también sé de sexo, espero que mis parejas piensen benevolente al respecto. Mi contexto me formó, me dio un molde que me esculpió, incluso me construyó con paradigmas que no aceptaba, me rebelé cuando ya era de cierta manera, cuando la deconstrucción puede ser dolorosa.

Entonces sé ser chileno, hombre y macho más encima. Peligroso término, este último,  porque se asocia con  el despreciable concepto de machismo que tan mal olor tiene ahora. Sé que ser macho es negativo, ¿pero cómo dejo de serlo si soy hombre educado entre la cultura del padre mandón, la madre sumisa, la mujer débil, el hombre protector, la mujer lavando ropa, el hombre proveyendo? Tal vez yo sea una víctima y me hicieron macho por pura fuerza contextual. Sin embargo, no puedo negar que ser macho, así con todas sus letras, me agrada, me da identidad, una mirada, una postura frente a la realidad.

Ser chileno es un cuento maravilloso, sé que soy uno de estos porque me identifico con esa mezcla de ideas, tradiciones y actos fallidos que es propia de nuestra identidad. Me gusta la cueca, comer asado, tomar cerveza y grita un  c, h, i  cuando hay fútbol de selecciones. Leo la historia, me preocupa la política, la economía, las tradiciones identitarias. Critico a mi país, que en el fondo es criticar al otro, al vecino, al fulano del otro bando político que siempre es tonto, malintencionado e ignorante porque no piensa como yo. Sí, sé que soy chileno y que pase lo que pase no voy a renunciar a ello. Puede que en un lapsus de masoquismo diga: ¡País de mierda!, refiriéndome a Chile, pero es pasajero, ya al rato me reconcilio con mi historia y con mi gente.

Mi contexto es también social, me relaciono con otros que ven los fenómenos sociales de manera diferente. Sé que unos ven la pobreza y los abusos y los critican retóricamente, pero no les duele el alma o si no harían algo concreto para acabar con la senda del abuso que hemos iniciado desde que firmamos ese mito documental que es nuestra declaración de independencia. No existe el Chile independiente, en una de esas podemos creer que somos libres, pero siempre tenemos un vínculo de dependencia irrompible e inoxidable con el hemisferio norte, tan dominante y poderoso que hace y deshace con los países que le hacemos la corte. Sí hay pobreza y sí hay injusticia, pero qué bien usadas para mantener un estilo de poder elítico que tiene buen relato, pero no entrega soluciones.

Hubo un periodo de la historia reciente en que la pobreza pareció ser vencida, sin embargo, es cuestionable, ya que los beneficios de los jaguares de américa no fueron para todos. La gallina del palo de arriba siguió cagando a la de abajo.

De la mano  del jolgorio económico aparecieron los abusos que disfrazados de auge, de logro llegaron a los más débiles. La salud se encareció, las pensiones son miserables, la educación incrementó la exclusión. Abusos consientes porque eran amparados por leyes y políticos que daban su tajada a la torta de la riqueza circulante.

Nuestra sociedad es muy poco consiente de sus propios procesos, sean culturales, económicos o políticos. Es, sin duda, el lugar propicio para que salgan líderes rascas y payasescos que consiguen votos prometiendo aquello que se debe mejora, pero que en realidad no se va a poder hacer, simplemente porque a muy pocos políticos le interesa. Y además no les conviene.

Sé que mi visión de la sociedad es subjetiva, porque por más que lo intente no me gobierna sólo la razón. También pienso con la guata, tomo decisiones desde la emoción, creo en aquello que me gusta y no creo en aquello que me tinca que es negativo. Sé que esto es una debilidad, pero es verdad y eso me justifica.

En el contexto aparece con un brillo especial la educación, esa Educación con mayúscula que implica este quehacer a nivel institucional, a nivel de estado, como política pública.  Y  un tiempo en que viví un proceso transparente y exigente que hacía sentir cierto orgullo a los que pasamos por esas aulas donde el conocimiento era importante, muy importante. Fui educado con un currículo oculto respecto de habilidades y destrezas. Los profesores nos bombardeaban con “materia” y gracias a esta metodología  “sé” historia, literatura, matemática y algo más. Ahora  “sé” que pensar así es ser un dinosaurio. La educación actual pretende equilibrar la entrega de conocimientos con el desarrollo de habilidades. La verdad es que este principio se ve bien. Saber y poder pensar de cierta manera, el conocimiento como parte de una ejecución intelectual o visible. Lo triste es que el producto escolar y, hasta de educación superior, suele no tener conocimientos básicos. Qué historia ni que ocho cuartos, doce años de inglés y no hablan ese idioma, estudiantes que no han optado por la lectura porque los profesores no saben encantarlos con ella. Un simple ejemplo, se elige a un estudiante de cuarto medio para el discurso final de su graduación, sin embargo hay que corregirlo porque la ortografía, la redacción y la fundamentación básica son inubicables.

Sé también de lo político que me regala mi contexto. Un “gallito” eterno entre la izquierda y la derecha por obtener y mantener el poder y, mientras, el llamado pueblo está entremedio pendulando de un lado a otro lleno de esperanza  que esta vez sí que el gobierno hará lo correcto y dejará de  disfrazar con un relato emocional una intencionada ineficiencia. Sí , tal como lo leen: intencionada ineficiencia, pues que mejor que la mediocridad, le desigualdad, la corrupción, la inflación, y otras lacras continúen para poder  producir un nuevo líder político que intente ser un nuevo mesías. Ojo que puede venir vestido de elegante terno italiano o ser un desarrapado y engaña lo mismo. La mentira en la política es el pan de lo cotidiano. La derecha imputa de mentirosa, ignorante y  criminal a la izquierda y ésta hace lo mismo. Y nuevamente la gente no sabe qué hacer, a quien seguir, por tanto, esperan a ese político que me ofrezca, aunque sea lo mismo que el presidente saliente ya prometió y no cumplió.

Sé que la raza de “los políticos”  tienen, en su inicios una especie de buena intención, cierto purismo, alguna ética que los llena de deseos de cambiar el estado de las cosas, sin embargo, el poder es exquisito, es seductor, por tanto, hay que ceder los principios por el aseguramiento económico de los míos que son los que poseen la verdad. Y los míos son mi familia, mi partido, mi sector, mis amigos. Sé que no existe el político con las manos limpias. Certidumbre que me ha regalado mi contexto, mi Chile querido. Un humorista planteo que la política era igual que las alpargatas, izquierda y derecha daba lo mismo. En política sé que voy a votar por una esperanza trunca desde el comienzo.

De economía también sé. Sé que gano un sueldo que me permite vivir al más estilo clase media baja, o sea, gano para pagar deudas y vuelta a empezar el ciclo. No produzco nada, soy un profesional que presta servicio, por tanto, dependo de otros para mi subsistir. Siempre hay un empleador que me entrega el premio por mi tiempo entregado a un servicio, a una jornada de papeleo y computador, de reuniones y diálogos a veces fructíferos, a veces no. No vendo nada concreto, nada que el mercado desee como objeto de moda, vendo educación, ideas, letras y, la verdad, no son artículos de primera necesidad. Sé que el mercado lo maneja todo y que es abusivo y hasta cruel generando desigualdades que son vergonzosas, pero también sé que sin el bendito mercado el estado no sobrevive. Sé que el estado no es buen economista porque no sabe administrar, porque es un nido mimetizado de robos y de caras sonrientes que hablan del bien común cuando tienen sueldos envidiables.

Mi economía es a base de un ahorro doloroso, no gasto en esto, para poder adquirir aquello. Conozco el concepto de cuota, de interés, de CAE, de débito, de crédito y hasta sé que se me juzga por lo que compro o no compro. La economía es la disciplina más poderosa y azarosa que existe. Por un lado el tecnócrata que crea un sistema para generar riquezas y por otro yo esperando que el bendito sistema sirva y me toque algo. Pura ilusión porque la economía la hacen los políticos y ya sabemos que a estos no les conviene el bienestar de verdad.

Sin duda de lo que más sé es sobre manipulación, especialmente esa que se cierne sobre mí. Siempre hay personajes siniestros que quieren convencerme de que haga y píense como a ellos se les ocurre. Y es que tienen la herramienta más filosa de todas la que mueve el hilo del todo humano: la ideología. No hay más fuerza poderosa que un  cuerpo de ideas organizadas que promuevan la verdad, la justicia, el amor, la paz y lo que se le ocurra a su creador y seguidores. Incluso pueden ser honestas y amorosas, pero cuando sólo vemos desde ella nos transforma o en fanáticos o en cretinos. Soy fanático cuando la quiero imponer a sangre y fuego, cuando pienso en que vale la pena dar la vida por ella. Soy un cretino cuando acepto una ideología sin un cedazo racional, sin una postura crítica. Por ahí van los  marxistas, por allí los capitalistas, acá los socialistas, por acullá los cristianos, los liberales, los nacionalistas y otras variantes de lo mismo. Porque, básicamente, las ideologías son pocas, pero sus variantes con cambios sutiles son miles.

Sé que lucho por ser libre, pero que si me opongo a una ideología soy tachado como admirador de la ideología que se le opone. En Chile si hablo bien de la economía de libre mercado o si me gusta el himno nacional o si admiro a algún militar soy FACHO, ni más ni menos. Por otro lado, si hago mención al sacrificio de Allende, a las marcadas desigualdades del sistema o si afirmo que se abusan de los derechos humanos resulta que soy COMUNISTA.

Sé que no quiero ser ni lo uno ni lo otro. Entonces en coro se me grita AMARILLO.

Las ideologías son una limitante. Sé que mi espíritu es ecléctico y lucha por mantener la independencia, pero mi contexto, manejado por ideología, me persigue, me incomoda me juzga con una facilidad increíble. Hay que ser adherente a algo para que el resto te pueda clasificar con rapidez y te puedan aceptar o rechazar, porque no vales por lo sabes ni lo que eres, vales por la coincidencia ideológica.

Finalmente sé que sé un poco de cada cosa, un detalle de esto y uno de lo otro. Aunque tengo una especialidad universitaria, sé que estoy eternamente atrasado.

Pero estoy en la lucha, porque también sé que el conocimiento lo construyo yo con mi disposición, con mi actitud, con mi esfuerzo, de ahí que leo, que observo, que pregunto, que escucho, que contemplo, pues siempre hay algo por aprender; ya que, en definitiva, soy un balde a medio llenar y tengo la certeza que siempre va estar del mismo modo. La naturaleza humana es conocer todo en parte, aunque un señor sepa mucho de algo, no sabe de lo otro.

¿Qué sé? Dejo la duda, por lo menos yo me hice la pregunta y estoy construyendo una respuesta.

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