José, el constructor. (Cuento teológico 3)


Se había bebido tres odres de vino, el último era de pésima calidad, pero no importaba. Tenía que aturdirse. Salir, aunque sea por un momento, de la rabia y la frustración. María le había informado en la mañana, en la pequeña plaza del mercado que iba a tener un hijo de dios. Era primera vez que María hacía ese tipo de bromas. Por lo menos es lo que pensó, hasta que las lágrimas de María fueron demasiadas y comprendió que esa mujer le estaba diciendo parte de una verdad. Iba a ser madre, pero eso de que el padre era dios era tan torpe, pudo haber inventado lo que era común entre las mujeres infieles: que había sido violada. Pero no. Inventó lo más extraño y ridículo. Me habrá visto la cara de imbécil. Y yo la respeté, ella me pidió en más de una ocasión yacer conmigo, pero había una palabra comprometida con sus padres. Es probable que ellos le hayan sugerido excusarse con tamaña estupidez.

Cuando José entendió que María no mentía ni bromeaba no le dijo nada, se marchó hacia su trabajo. En el medio del ruido del serrucho y el martillo pensaría. Gritó un par de órdenes y se sentó bajo el toldo desde donde administraba la construcción de una de las casas de Herodes, el viejo rey de los judíos. Miró el suelo. Un dolor al estómago lo dobló y la náusea asomó. Bajó la cortina que jugaba a ser puerta y lloró. Pensó en su honor. Se sintió herido en su hombría. Haré que la lapiden. Es lo que dicta la ley. Se lo merece. Por qué a mí. Pudo haberme esperado sólo quedaban tres meses para la boda.

Un hijo de dios. Cómo creer aquello. Una mujer compartida entre un simple hombre y dios. La haré lapidar, es mi derecho. Yo mismo le tiraré varias piedras. Se desangrará y su nombre quedará marcado, la mácula caerá sobre ella. La haré lapidar.

Aledaño al toldo donde estaba José varios obreros levantaban una pared. Entre bromas e insultos trabajaban lo  más alegre que podían con ese calor infernal. Uno de los trabajadores, el reputado de bobo eterno sostenía la cuerda que levantaba una rampla con unas pocas piedras, pero como un bobo hace bobadas no comprendió la orden que se le dio y en vez de bajar la carga la soltó de sopetón generando un sorpresivo y estruendoso derrumbe. Las piedras cayeron sobre algunos trabajadores que lograron correr, saltar, evadir los duros proyectiles, menos José que nada veía estando encerrado en su despacho de palmas y lino. Una de las piedras fue guiada por la mano de dios y le cayó de lleno en la frente a José dejándolo sin sentido.

Luces y voces, brillos sin sentido, calor y frío. Un mar agitado con peces que saltaban fuera del agua y que al caer  creaban olas inmensas como la desesperación. Una voz gruesa y nada dulce le habló al oído. María requiere un marido y ese serás tú. No te ha engañado con carne viril. Fui yo quien le engendré un hijo. Cásate con ella. De no hacerlo te castigaré. Te haré pobre, te daré enfermedades, serás impotente. Cásate con ella.

El dolor de cabeza continuaba, pero la lucidez le hizo entender que María había dicho la verdad. Por miedo, igual que María, aceptó la situación. Sería el consorte de  María la mujer de dios. La que tendría un hijo que no iba a ser de él. Un hijo que daría que hablar más que seguro. Si era hijo de dios seguramente tendría poderes, los mismos poderes de su padre, dar vida y dar muerte, dar la lluvia, hacer crecer las flores y guiaría los vientos, sería dueño del destino de los hombres y de él mismo, de él su padrastro.

Miedo. Mucho miedo. No comprendía la situación. Su corazón le decía que era verdad. Pero no la entendía. No la quería entender. Sólo debía obedecer, ser parte de los planes de dios, pero sin comprender, pues era un simple hombre embrutecido entre la argamasa, los tarugos y los martillos. Dios de alguna manera lo había elegido. Era un elegido, nada de mal para un simple trabajador.

Ser padre, al final de cuentas era algo que siempre había deseado. Su hijo debía ser constructor como él, fuerte y hermoso. Capaz de talar un olivo como si nada. Pero no sería su hijo, era de dios, pero no lo tienen para que saber los demás. Nadie lo creería. Tal vez el secreto era la solución. Dios no le había dicho nada más. Sólo que sería “padre” de su hijo, curioso ser padre del hijo de otro. Pero dios sabe lo que hace o, por lo menos, se supone que sabe. Miedo, volvió a sentir miedo. Apretó los dientes.

Decidió ir a hablar con María, al final ella era víctima, igual que él de la historia que estaba iniciándose. Por alguna razón que no logró explicarse presintió que iban a sufrir. Que el dolor los iba a marcar desde el corazón y que su dolor serviría. Cómo ocurriría esto no lo sabía. Sólo sabía que María no le había mentido y quería decírselo.

Los pasos de José marcaron el camino hacia la casa de Ana y Joaquín. De lejos vio a María sentada en una banca bajo un espino tejiendo algo que parecía ser una especie de corona. Los últimos tramos los corrió. María lo vio sonrío esperanzada por el probable perdón. Si dios estaba metido en esta historia seguramente la ayudaría. José se acercó y le dijo que ella le había dicho la verdad. Cómo los supiste. Dios me los dijo. Ella le tomó las manos, eran fuertes, las manos que siempre había amado, porque amaba a José, que tuviera un hijo de dios no cambiaría esa realidad. Él la miró a los ojos y por primera vez sintió que dios era bueno. Esa mujer simple, morena, pequeña, frágil (nada que ver con la imagen de ella que se veneraría años después en cada templo del mundo) estaba a su alcance, sería su esposa. Podría acariciarle el cabello, verla dormir, respirar a su lado. El sufrimiento venidero sería más aceptable con ella al lado. Era una reina del cielo, una estrella del mar, una virgen piadosa. Era la esposa de un obrero que llevaba en su vientre al mayor revolucionario que pisaría la tierra. La abrazó y le dijo que se casarían en la fecha que estaba en el contrato nupcial. Ambos se miraron y sonrieron con la dulzura de los niños.

Desde el cielo dios hacía sus planes. Esos que ningún hombre puede entender. Había que hacer algo por los hombres. Ayudarlos. Lo había intentado muchas veces, pero la humanidad permanecía impasible, lejana y desobediente como siempre. En ocasiones lamentaba haberles dado libertad. Pero, en fin, ya estaba hecho. El hombre sería salvado le gustara o no.

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One comment on “José, el constructor. (Cuento teológico 3)

Jacqueline Salgado

Me gustó. No se nota tu mano.

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