Lo primero, este escrito es un simple ensayo, ni más ni menos. Y, por lo tanto, no hay nada dogmático en él.
La democracia es una forma de gobierno donde la soberanía y, por tanto, el poder están en el pueblo. Suena bonito, fuerte, impactante, pero es una definición truculenta y mentirosa. El pueblo, ese colectivo que tanto amor y desprecio genera…¿existe? Si existe debería tener una orgánica, una estructura, una cabeza y un cuerpo, pero da la impresión que no es más que la suma de individualidades y que de actuar juntos, de actuar con un propósito común es más bien por algo emocional que un designio racional y pensado. O sea, parece que el pueblo no piensa, son algunos de esos que se llaman representantes que piensan por ellos y pasan a ser sus pastores, sus mesías. La verdad es que lo que llamamos pueblo es dominable, manejable a través de un discurso inteligente y prometedor. Si a este discurso le agregamos un relato y, además, es reiterado por cuanto medio de comunicación existe veremos mucha gente pensando lo mismo y, especialmente, sintiendo lo mismo.
Sentir , aquí está la clave, de eso se trata, de hacer sentir una emoción fuerte al “pueblo” para que se deje guiar por aquél que puede satisfacer esa emoción, ese anhelo, esa opción de felicidad. Si el “pueblo” es emocionado por su líder, si es convencido de su mesianismo y de qué la utopía está al alcance de la mano nace la creencia en todo el sistema ideológico presentado. La creencia es el objetivo del líder, tiene que provocar no una adhesión racional, fundamentada desde el conocimiento y el empirismo; no, se busca la creencia porque una vez que se instala en la psiquis humana la usa como resorte para todo su quehacer. Todo se piensa y se ejecuta para satisfacer esta creencia. Creemos en el líder y lo que predica y eso nos justifica existencialmente. La historia está llena de pueblos masacrados por creer en los postulados y en la persona de su líder, masacrados por otro grupo humano que creía en otro líder y otra ideología. Dame pan y dime tonto.
El pueblo, también es la referencia al estrato popular, pobre, maltratado de la sociedad. Curiosamente, también hace alusión a los trabajadores, pero no a todos, sólo aquellos que hacen trabajos básicos y que de alguna manera son explotados. Esta perspectiva hace del pueblo la víctima del sistema. ¿Cuál sistema?, pues todos, ya que siempre los pobres son la contrapropaganda a cualquier sistema. El sistema estatista de la izquierda quiere liberar a los trabajadores y darles beneficios sociales, se supone que con esto se logra la dignidad del pueblo, como si la dignidad se comprara, como si estuviera aparte de la condición humana, este sistema ha fracasado una y otra vez, pero como siempre hay pobres y derechos que lograr se cree nuevamente en la utopía de la igualdad. Esta visión de la democracia enamora al pueblo, lo seduce con algo tan simple como prometer lo que necesita, cambios, derechos, mejoras. Y el pueblo vuelve a creer porque el pueblo nació para creer, vive de sueños y esperanzas que no se cumplen o se cumplen a media.
Por otro lado, está la derecha con su pretensión de liberar todo desde la economía hasta las prestaciones como la salud, la educación, el transporte, los combustibles. Incluso lo considerado estratégico. Lo importante es que el pueblo tenga trabajo, que produzca riqueza, el problema está en que no recibe la compensación justa. La riqueza queda en los pocos que dan el capital para generarla. El llamado pueblo sigue con lo justo y con un endeudamiento profundo y esclavizante. Pero la derecha y su liberalismo es parte de la democracia y llegan al poder, precisamente, predicando el desarrollo, que traen trabajo, que la pobreza será vencida. Y el pueblo vuelve a creer. Total siempre creen. Pobres trabajadores que parecieran haber nacidos para ser manipulado por los grandes sectores eternamente aspirante al poder.
Sin embargo, pareciera que la clase media, definición de suyo extraña, porque no son pueblo (pobres y trabajadores básicos) ni tampoco burgueses, ricachones o élite, como se les llama ahora. Estos son sectores que tienen más educación y que están un poco más enterados de lo que pasa, de las movidas políticas y económicas. Son profesionales, técnicos y sus familias. No huelen a “sanguche de potito ni a asado de guayú”, están justo al medio, sueñan con su autito, su casa propia, tener vacaciones y darles educación a sus hijos. Este sector no se siente pueblo, no quiere ser identificado con los rotos, con los flaites, con el obreraje, tienen un alto aspiracionismo. Si pueden optar prefieren ser identificados con la élite que tiene el poder que con el pueblo resentido. Ahora bien, es esta clase la que, aunque no se acerca a la realidad de los pobres, no vive en una población, ni recibe sueldos de miseria, come mejor, lleva a sus hijos a colegios subvencionados o privados, se hace defensora de los más vulnerables. De izquierda y derecha es lo mismo. Los candidatos se publicitan como pertenecientes a la clase media como defensores de los trabajadores, como aquellos que pueden solucionar las diferencias entre un sector y otro, todos q1uieren derrotar la pobreza, generar más igualdades, ver feliz a la gente. La democracia se alimenta de la pugna entre los que tienen, los que no tienen y los que quieren tener.
Después cuando sale electo un nuevo presidente y ya puede “cantar con guitarra” empieza a desentonar y la cadena de incumplimientos comienza a ser mella en las esperanzas del pueblo y de la clase media.
Ojo. La élite no es pueblo, ellos son poder, son los que marcan la diferencia, son los que si tienen un sueño lo pueden lograr, tienen dinero y todos los beneficios que esto conlleva, tienen educación, viajes, alimentos que nutren, acceso al arte de verdad ( no batucadas, rayados de calle y música rasca de esa que predica el perreo). Tienen todo haya o no democracia. En realidad, para la élite la democracia representa un riesgo, una posibilidad de quiebre, una ruptura, un acercamiento de los rotos a su zona de confort y poder que no es deseable. Es por eso que ni la izquierda ni la derecha hacen algo real para lograr el bienestar social tan deseado. Son tantos los intereses en juego que cuando, cualquiera de las opciones de poder está gobernando, la otra le hace la vida imposible, de manera que todo sigue sin cambiar y se mantiene el motivo para elegir al que promete cambios. Si la democracia lograra la igualdad, la paz social, la calidad en la educación y la salud ¿Qué pasaría?, pues que una vez alcanzados estos bienes el otro lado político ya no sería necesario. Mientras haya pobreza, desigualdad, anhelo de cambios, utopía de paraíso recuperado los lados políticos se justifican y la democracia les permite su supervivencia.
La democracia otorga soberanía al pueblo, o sea en éste reside el poder político. Digno de pensarse, ya que por más que esta definición se encuentre en cuanto manual de educación cívica existe no se basa más que un principio, en una idea. La realidad nos dice que el poder político está en la posesión del dinero y el manejo de la fuerza. Siempre el poder lo manejan los mismos de siempre, puede que cambie el lado político, pero son personas con dinero, con influencias, con relaciones entre grupos de intereses que les permiten flotar cual corcho en cualquier líquido sea límpido o viscoso. Por más representantes de la clase media que se proclamen tienen plata y aspiran a tener más con la obtención de cargos políticos relevantes. Hemos visto leyes hechas por senadores y diputados que favorecen sus propios negocios o presidentes que realizan modernizaciones que potencian el caudal de su patrimonio personal o familiar. Aunque el político tenga inicialmente algún honesto deseo de ayudar “al pueblo”, termina por tomarle el sabor dulce, acariciante y adictivo del dinero.
Y la fuerza no está en la comunidad organizada que sale a la calle a exigir cambios, ya que basta con que “los de siempre” retiren capitales y destruyen la sociedad que creía que se encaminaba a la realización de sus anhelos de justicia. Además, la fuerza real siempre está en las armas y los políticos siempre están en un noviazgo eterno con los militares, pues saben que la democracia está bajo la supervisión de los sables y los corvos afilados. Se puede cambiar una constitución, pero no se puede cambiar la inmoralidad que está en cada miembro del cuerpo político.
La democracia es un deseo de repartir el poder, de que gobierne la mayoría, que el poder se legitime en las votaciones, sin embargo, siempre gana el que tiene cómo emocionar al pueblo, a través de discursos rimbombantes, de publicidad, de atochar las redes sociales con mensajes a su favor. No gana la verdad, gana una emoción bien manejada.
Que quede bien claro que de todas las formas de gobierno que existe la democracia es la mejor; por lo menos, nos permite creer que la situación puede cambiar y que el próximo presidente lo hará mejor. Así todos, miramos al cielo y oramos pidiendo porque la autoridad de ahora robe menos