El ángel se tropezó al pisar los guijarros del seco suelo de Nazaret. La tierra era seca como alma de rico. Se sacudió y puso rumbo a casa de la joven María. Tenía que darle una noticia que no sabía cómo la tomaría. Al final de cuentas eso de ser madre del hijo de dios era un verdadero notición. Terminó de sacarse las espinas de las alas. Los viajes del cielo a la tierra jamás eran placenteros. Es que el reino de los hombres siempre les ha traído problemas a los ángeles. Tener que cuidar y amar a los hombres era difícil, pues cambiaban demasiado y no se podía confiar en ellos.
Decidió hacer la distancia que los separaba de la casa de María a pie. Era cosa de que nadie lo viera. Caminó agachado, parapetándose en las chozas y en los pesebres que abundaban de casa en casa. El olor se le hacía insoportable, pasar del olor a santidad del cielo al hedor de las cabrerías. La verdad es que le costaba entender el porqué dios amaba tanto a los hombres y a las mujeres. Bueno…es que dios es puro amor. Y precisamente por eso es que era engañado con tanta facilidad. Los hombres pecaban, luego se arrepentían con caras compungidas y dios les daba su perdón como si nada. Y luego volvían a pecar y dios volvía a perdonarlos.
Eso que cuentan del dios furioso que inundó la tierra con una lluvia infinita y que destruyó dos ciudades por su iniquidad es pura mentira. Dios siempre perdona y parece que el hombre lo sabe y vuelve una y otra vez a pecar y cada vez con mayor calidad en la ejecución del mal. Lo que empezaba siendo un error era, luego, una acción planeada. Pero en fin, dios manda y él tendrá sus razones. Es el señor de señores, por algo será.
Un par de perros tiñosos le salieron al encuentro y comenzaron a gruñirle, el ángel abrió sus alas para espantarlos, pero le salió el tiro por la culata, ya que los quiltros le saltaron encima. La trifulca fue de las grandes, el ángel dio patadas al por mayor, dándole varias en las costillas y los hocicos de los perros. Éstos, por su lado, le sacaron muchas plumas y le torcieron la aureola que no es espiritual como la mayoría de los hombres cree, es lata bañada en dorado. Le quedó chueca y afeada. Tendría que dar explicaciones ante la corte celestial por estropear parte del equipo que se le había asignado.
Algunas lámparas se encendieron con la discordia angelical y perruna. Los vecinos somnolientos miraron por los huecos de las ventanas, como nada vieron lanzaron algunos insultos a los perros y siguieron con sus sueños y sus coitos.
La casa de María era común y corriente, algo de barro y palos de espino sujetando la techumbre. En su interior sólo había una habitación y en el centro un hogar en que se cocinaba y que daba el calor en invierno. La choza tenía una puerta mal nivelada y sólo dos ventanas que daban algo de luz. Aunque bastante pobre la choza tenía todo lo que María y sus padres requerían. Eran felices. Con una felicidad simple. Sabían que todos los días había pan horneado a fuerza de carbón y de esfuerzo materno, la leche de cabra no faltaba, la miel de los palmares de las quebradas daba gratis su dulzor. Leña, cobijo, alimento y amor. María no necesitaba más.
El ángel tenía una leve idea de cómo era María. Dios de había encargado que le diese, lo más sutilmente, la noticia que sería madre de un hijo de Él. Tarea nada fácil porque María estaba comprometida con un tal José, el único constructor, de Nazaret, hombre con una pequeña fortuna que la usaba, generalmente, para hacer el bien. Rara vez se dejaba tentar por las posibilidades de placer que daba el dinero. Cuando tenía las urgencias propias de todo hombre iba con la meretriz que vivía en una tumba a las afueras del poblado y allí entre huesos y osarios amaba con cierto desespero a la mujer. Luego sintiéndose feliz y culpable a la vez salía a escondidas y se iba a su casa a recordar los recovecos de la prostituta o a pedir perdón al dios de sus padres. Hacía un gran esfuerzo por no tocar a María, debía respetarla, ese era el compromiso que había realizado con los padres de la novia , teniendo como testigo al viejo Rabí, que apenas arrastraba las piernas y que hablaba con una modulación silbante debido a sus escasos dientes.
El ángel debía dar el anuncio a pesar de la evidente virginidad de María. Sería madre sin la participación de un hombre, cosa harto curiosa, nunca antes vista, por lo menos en Israel, ya que un tal Horus nació igual de una madre virgen. Seguramente María rechazaría la idea, ya que su futuro matrimonio se podría esfumar. Ella quería a José y en más de una ocasión soñó con él amándola entre pieles de ovejas y odres de leche. Simplemente lo deseaba. Si se estaba guardando era para disfrutar juntos del sexo propio y el de él. Es más si fuera por ella ya habrían tenido relaciones, total era cosa que José se derramará fuera y no se embarazaría. El amor hace que los jóvenes sean muy imaginativos para burlar la vigilancia de los viejos que les prohíben hacer eso que ellos realizaban con el mayor de los gustos.
Al fin encontró la casa. Atravesó la pared y llenó de resplandor la pequeña habitación. Los primeros en despertar, bastante asustados fuero los padres de María. El viejo Joaquín tomó su azadón y se levantó dispuesto a defender a sus mujeres de esa luz que los enceguecía; la madre, Ana, quedó fascinada por el olor a viento fresco y amanecer con lluvia que el ángel desprendía. Quién eres, exclamó el viejo temblando sin poder detenerse. No tenemos nada de valor, somos pobres. Vete a robar a otro lado.
No les vengo a quitar nada, más bien les vengo a dar la posibilidad que sean parte de la historia más grande que se vaya a contar y que desde hoy se empezará a crear y a difundir por cada espacio del mundo. No habrá nadie que no los conozca a ti, a tu mujer y especialmente a tu hija y a su futuro hijo. La poca inteligencia de los viejos provocó que no entendieran nada de lo que el ángel en su mejor arameo les explicó. Lo único que les quedó claro es que María tendría un hijo siendo soltera y sin la participación de hombre alguno. Pero cómo es posible, jamás se ha visto algo así, Yahvé debería escoger a otra niña no a la nuestra, la va a desgraciar, todos dirán que es una mala mujer y que ha estado con José sin casarse o algo peor: que ha engañado a José.
Al poco escucharlos el ángel perdió la paciencia y los hizo dormir profundamente. Se acercó a María que roncaba, completamente rendida después de un día de recolección de trigo en los pobres campos de la familia. Su ronquido era profundo, pero sereno, simple, como ella misma. Cuando miró a María se percató de una verdad en la que no había caído: su rostro simple, no era bonita. Sabía que siglos después los pintores la imaginarían blanca, rubia, con ojos de color, vestida con sedas, hermosa. La llana verdad es que era una niña de 13 años de rostro moreno, de pelo largo y crespo, de ojos negros y asustadizos y de una delgadez de canario. Pero dios la eligió y no recientemente, si no desde que había creado al hombre del barro esencial.
Le toco el hombro varias veces hasta que María abrió los ojos y quedó ciega por la luminosidad del extraño. El ángel comprendió la situación y bajó su esplendor, cosa que no le gustaba mucho porque por algo él era el portado de la luz. Pero lo primero era su misión anunciar la buena noticia a María. ¿Buena noticia? Espero que lo tome bien, espero que comprenda y sobre todo que obedezca. Porque si se llega a negar dios se puede enojar conmigo y mandarme a ese lugar oscuro que hizo para los desobedientes, los que piensan mucho y los que saben más de la cuenta.
María, asustada hasta el terror, se arrinconó y vio frente a sí algo parecido a un hombre con alas algo desplumadas, vestido con ropas parecidas a las romanas y con una espada luminosa. Ella le preguntó con voz muy bajita que quién era. Un amigo que te trae una noticia de parte de dios.
El terror se transformó en confusión. Qué podría querer de ella el gran Yahvé, ese dios distante, amigo de guerreros, aliado de hombres que siempre había despreciado a las mujeres, tanto que las había dejado subordinadas a la voluntad de ellos y que siempre se transformaba en alguna variante del abuso. Yahvé, desde el cielo se sonrió, se dio cuenta que había elegido bien, pues, aunque no era hermosa era inteligente, pues dudaba. Eso le gustaba, claro que no tanto porque de la duda nace el conocimiento y le convenía mantener al hombre ignorante para jugar mejor con ellos. Eran sus juguetes, él lo sabía, esperaba que los hombres no se dieran cuenta.
María, tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Es la voluntad de dios.
No quiero ser madre, además estoy prometida a José, si tengo un hijo quiero que sea de él. Y se llamará Santiago. Ante la respuesta de María, simple, pero tajante el portador de la luz quedó perplejo y pensó en cómo convencerla para que aceptará lo que dios le pedía. Se acercó, la miró y le dijo que si hacía la voluntad de Yahvé, sería la mujer más famosa de la historia y que habrían estatuas de ellas por todos lados, en ciudades, caminos, montañas y templos. Iba a ser la madre del salvador, del hombre que cambiaría el corazón de la humanidad.
Los nervios de María y el insoportable aliento a rosas del ángel la hicieron vomitar. Hubo silencio mientras se limpiaba la boca. Pensó en José. En que sí o sí él lo tomaría como una traición. Como si ella hubiese tenido sexo con otro. Eso que él le negó tantas veces, ella lo había obtenido de otro. Cómo iba a creer que dios la había embarazado para darle al mundo al mesías, ya que no podía ser otro el deseo de Yahvé. Lloró porque su vida iba a cambiar y no por una decisión propia, más bien por una imposición, cómo le iba a decir no a dios, éste podría hacer llover 40 días y 40 noches como contaban las viejas en las noches de frío mientras tomaban vino y cocinaban cebollas en el rescoldo del hogar. O destruir el pueblo con rayos de fuego como lo hizo con Sodoma y Gomorra y…nadie sabía a ciencia cierta por qué.
El portador de la luz le pidió una respuesta. María, con miedo y por miedo dijo que sí. Luego se puso a llorar como nunca antes lo había hecho. En cuanto asintió un ardor se instaló en su vientre. El ángel, sintió pena por lo que ella sufriría, pues el hijo de esa mujer iba a conocer el dolor y la traición como nadie. Se acercó, le acarició el cabello crespo a la virgen embarazada. En realidad, pensó, nadie le va a creer. Salió al patio.
Lucifer extendió sus alas, respiró profundo. Nuevamente había hecho la voluntad de dios, aunque en varias ocasiones sintió una sensación de complicidad que le hacía doler su santo corazón. Yahvé no admitía el desacato, no olvidaba a los orgullosos, detestaba a los que pensaban por sí mismos. Mejor era seguir obedeciendo.
Aleteó para emprender el vuelo cuando sus alas se enredaron en el viejo olivo que sólo daba sombra en los días de calor, porque hacía años que de él no salía ni una mísera aceituna, se vino al suelo y calló de boca. Dos dientes salieron volando, parte de su nariz se rasmilló y muchas de sus plumas se esparcieron por la oscuridad. Se levantó, se palpó la boca, él el ángel más hermoso estaba desdentado. Miró al cielo y creyó entender que Yahvé había leído la insolencia de sus pensamientos. Tomó los dientes, los enterró, los regó con su sangre. Sabía que muy pronto, en cuestión de horas nacerían dos robustos árboles, deseó que fueran robles, altos y fuertes. Lo que no sabía es que años después la cruz con que matarían al niño que recién dios había concebido en el vientre de María, sería construida con la madera de esos árboles.
Escupió y se elevó. Iba a ver a dios y a contarle acerca del resultado de su misión; pero bien sabía que era puro trámite, pues dios lo sabía todo, dios lo tejía todo; incluso la ilusión de libertad en que vivían los hombres y también los ángeles.