Ser Rey era una de esas cargas que se hacía difícil de soportar. Para los plebeyos que no tienen esta responsabilidad ser rey es sólo un constante disfrute de poder: comer bien, beber mejor, tener el placer que se desea. Sin embargo, están los problemas de gobernar: que las reuniones, que los ministros, que los delegados, que las finanzas, que las constantes rebeliones que dejan manchas de sangre en las espadas y en las conciencias.
Algo así sentía Herodes acostado en su poltrona de madera de baobab y colchones de plumas de garza del Nilo. Él era un Rey y tenía el tremendo peso de regir sobre una población eternamente rebelde y brutalizada, siempre arisca, violenta, intransigente. Tal vez sería porque él no era judío que sus súbditos le hacían la vida imposible. Reconocía en la profundidad de su conciencia laberíntica que había buscado el poder entre las intrigas del palacio imperial y que fueron sus regalos de pomposidad excesiva lo que le granjeó los favores de Augusto que cuando llegó al poder lo destino como Rey de una región remota: la Judea. En realidad, más parecía un castigo. Su reino era puro desierto, un par de palmeras y un río. La gente fanática, desaseada, maloliente y subversiva.
Herodes se levantó, bebió vino de galilea que más cercano al vinagre sabía. Miró por la ventana. Su reino estaba gobernado por él y por Roma. Más por Roma que por él. Simplemente hacía lo que le mandaban. En las calles se movía un pueblo de eternos pies sucios y mirada torva. Sabía que si alguna vez salía de su palacio sin guardia no regresaría vivo. Su reino lo odiaba y él le correspondía de la misma manera.
Una vez, sólo una vez, salió de su palacio solo. Sin que nadie que lo resguardara. Se disfrazó de judío, era fácil, se ensució de polvo algunos harapos y salió. En ese tiempo aún era joven y la verdad que de sus ojos verdes y de su rostro terso se dejaba ver cierta belleza viril que las mujeres entendían como atractiva. Caminó por las callejas cercanas a la murallas, siguió por el mercado, paseó por las afueras del templo de ese dios que hablaba con los reyes de Israel, menos con él. Bajó a la cisterna donde las mujeres iban a buscar agua. Allí vio un pequeño sol. Era una niña de unos 13 años, morena, con rostro alegre, de sonrisa fácil y luminosa. Su vestido rústico, pero limpio contrastaba con la vulgaridad de las otras mujeres que revoloteaban como gaviotas chillonas en torno a los desperdicios que dejan los pescadores de sus productos traídos del gran lago. La miró sin malicia. Simplemente se deleitó en la belleza inocente, fresca, popular de esa joven. Ésta llenó un peque cántaro y se lo llevó a uno de los ciegos que pedían limosna cerca del templo y que años después sería curado por un hombre que sanaba con amor. El Rey quedó asombrado por ese pequeño gesto. La siguió.
La niña/joven salió de la ciudad y se fue al sector donde acampaban los numerosos visitantes del templo, los devotos que, fuese pascua o no, se hacían el deber de ir al templo y presentar un animal para ser sacrificado al sanguinario dios de Israel. La vio saludar amorosamente a una mujer de edad mediana y a un hombre con rostro cansado. Las palabras madre y padre salían de la boca de la joven. El Rey mantuvo su juego de vigilancia a cierta distancia, se sentó bajo un viejo olivo y esperó. La familia hizo una fogata, algo de carne asaron, la mujer llenó cuencos de arcilla con leche y la repartió. La niña reía y hacía reír a sus padres. Eran felices. De hecho, la causa de esa felicidad, sin duda, era esa niña, ese ángel vestido de lino blanco.
Las horas empezaron a comerse al día, el Rey debía volver, pero algo lo sujetaba a la sombra del olivo. Quería hablar con esa niña. Bajó, se acercó al campamento de la humilde familia, aún sin una idea clara de lo que iba a hacer o decir.
- La paz esté contigo, viejo, le puedes dar agua a un penitente que viene a cumplir con su visita anual al templo de Jehová…
- Claro que sí, Ana tráele agua a este hombre piadoso. Siéntate a la sombra de esta enramada.
- Gracias, viejo ¿Cómo te llamas?
- Joaquín y soy un labriego con un poco de tierra y una cuantas ovejas que me dan de comer a mí y a mi familia.
Ahí está, guarda silencio, mira de soslayo como si yo la asustara. Su belleza no es de este mundo. Hay algo que me supera. Pareciera poseedora de algún misterio. Tal vez sepa leer los augurios en los astros o en las vísceras de las palomas. No…claro que no. Sólo es una niña hermosa que me atrae porque no se iguala a ninguna mujer que me rodea. Es ella y no lo que quiero que sea, no se disfraza para mí. Es auténtica. ¿Cómo olerá su cuello? ¿Qué formas tendrán sus piernas?.
El Rey se despide, agradece la caridad recibida. Lanza un suspiro mirando a la joven comienza su regreso a la ciudad, a su palacio y a su tedio. Ha caminado unos doscientos codos cuando una voz lo llama. Es la niña que le trae su bastón que ha olvidado. Una simple rama seca y torcida que recogió a la vera del camino. La niña se ofrece para acompañarlo, pues así aprovecha de comprar algo de pan que su familia requiere.
Caminan juntos. La niña recuerda que su prometido, justamente hace tres día se negó a estar con ella. No la quiso tocar porque el contrato matrimonial que había hecho con su padre así lo estipulaba. Sin embargo, hay ciertos ardores que se pegan en el alma y en el cuerpo, ciertas urgencias que la legalidad de un documento no aplaca. Esos misterios propios de la humanidad que van más allá de toda moralidad y de todo dios. La niña le tomó la mano al joven. El rey sintió que las nubes se podían alcanzar con la mano y que la gloria de dios estaba en la tierra.
Caminaron y aprendieron juntos; ella, lo que era el amor de un hombre; él, lo que era el amor sin maquillajes ni dobleces. Ella volvió al campamento con paso lento, saboreando los besos de un hombre al que ni siquiera conocía su nombre; el, en su palacio, vio el sol cayendo en su foso de occidente y lloró porque sabía que nunca más estaría tan cerca del paraíso.
Ahora, desde su ventana, sólo los recuerdos los acompañan agigantando ese vacío que se fue en un vestido de lino, hace años.
One comment on “El Rey. ( Cuento teológico 2)”
Clara Yañez Garcia
13/09/2021 at 16:27Bello cuento lleno de magia y de sentimientos amor y esperanza